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Los movimientos campesinos

 

Aníbal Quijano*

 

Los movimientos campesinos

contemporáneos en América Latina 1

 

http://168.96.200.17/ar/libros/osal/osal2/debates.pdf

 

* Actualmente Director del Centro de Investigaciones Sociales (CEIS) de Lima, Perú y Profesor en el departamento de Sociología de la Universidad de Bringhamton. Dirige la revista “Anuario Mariáteghiano”  publicada en Lima.

 

Entre los elementos que caracterizan el actual proceso de cambio de las sociedades latinoamericanas, uno de los más importantes, por sus repercusiones inmediatas y por sus implicaciones a más largo plazo, es la tendencia del campesinado de algunos países a diferenciarse y a organizarse como un sector específico de intereses sociales, que se manifiesta en la emergencia de vigorosos movimientos político-sociales, varios de los cuales han logrado alcanzar un nivel considerable de desarrollo y han ejercido una profunda influencia sobre sus respectivas sociedades.

Este fenómeno configura un cuadro nuevo de los conflictos sociales en Latinoamérica, los cuales ingresan, de esa manera, en una nueva fase que se caracteriza ya por su extrema agudización. En la medida en que, en sus niveles desarrollados, estos movimientos campesinos se vinculan, en creciente amplitud, a movimientos políticos e ideológicos de carácter revolucionario, se va produciendo una aceleración violenta del ritmo del proceso de cambio global y, lo que es todavía más significativo, el fortalecimiento de alternativas y soluciones para el problema del cambio de estas sociedades, distintas de la mera “modernización” de las actuales estructuras.

Mientras el campesinado de estos países era una masa dispersa y aislada, atomizada en lealtades localistas, a pesar de sus ocasionales y precarios intentos de rebelión, podía ser movilizado solamente para fines distintos de los suyos y aún en aras de intereses directamente enemigos. En la actualidad, por el contrario, una gran parte del campesinado parece estar desarrollando la capacidad de identificar sus propios intereses, de construir estructuras organizativas para la defensa de ellos, de distinguir los factores fundamentales incorporados a su situación social y, consecuentemente, los elementos de orientación que le permiten distinguir entre los intereses sociales y políticos directamente enemigos y aquellos con los que se puede establecer un frente común de lucha para objetivos inmediatos. Aparecen así, a través de organizaciones y movimientos independientes, o dependientes de movimientos políticos más amplios en cuyos programas se recogen algunos de los objetivos más inmediatos del campesinado, participando en la presión por reformas y cambios y aún en la disputa por el poder global de la sociedad.

Es cierto que todo esto no ocurre en todos los países latinoamericanos donde existe una vasta población campesina, y que los movimientos existentes divergen mucho entre sí, en términos de sus objetivos, de sus patrones de organización, de sus métodos de acción, de su liderazgo, de sus modelos de interpretación de su situación, y de sus niveles y formas de participación política. Todo eso, no obstante, no contradice mayormente la naturaleza y la dirección de la tendencia en sus más vastos alcances.

Las movilizaciones campesinas no son, desde luego, un fenómeno nuevo en Latinoamérica. En muchos de nuestros países, particularmente en aquellos donde la población indígena formaba la capa más numerosa del campesinado, se han registrado revueltas más o menos importantes en todos los períodos de la historia poscolonial. Sin embargo, descontado el temprano ejemplo mexicano2, tales revueltas fueron siempre esporádicas, efímeras, inorgánicas, localmente aisladas, y, en general, fueron conducidas por modelos de interpretación que no permitían asir los factores reales de la situación social, y se revistieron, por lo mismo, de formas tradicionales, persiguiendo finalidades que sólo indirectamente expresaban las necesidades y los intereses campesinos. Es solamente en los últimos veinte años que se asiste al desarrollo de movimientos campesinos generalizados, duraderos, con tendencias a una coordinación que sobrepasa las lealtades localistas, desarrollando normas de conciencia social más adecuadas para interpretar la naturaleza real de su situación social, canalizándose a través de formas organizativas modernas o utilizando formas tradicionales para objetivos distintos. En este sentido, los actuales movimientos campesinos son un fenómeno nuevo en la historia social latinoamericana, y es desde esta perspectiva, por lo tanto, como deben ser enfocados. 

 

Dos etapas históricas de los movimientos campesinos en Latinoamérica

 

No se conocen todavía suficientes y adecuados estudios de las luchas sociales de los campesinos latinoamericanos, como para tener una idea clara y válida de sus distintas manifestaciones, y que pudieran servir de base a una periodificación de sus secuencias históricas más importantes.2

El material disponible no permite ninguna generalización definitiva acerca de la naturaleza y alcance de los objetivos manifiestos de cada uno de los movimientos. Parece, sin embargo, posible señalar en primer término la división relativamente clara de las luchas sociales campesinas en Latinoamérica, en dos períodos mayores:

1. El período prepolítico.

2. El período de la politización.

Los movimientos prepolíticos no se propusieron de manera directa la modificación de la estructura profunda de poder en la sociedad en que participaban, por la eliminación o modificación de los factores económicos, sociales y políticos básicos que determinaban la situación social del campesinado. En su generalidad, persiguieron propósitos difusamente discernibles o finalidades concretas vinculados con la situación real sólo de manera completamente segmentaria, tangencial, o indirectamente y por implicación.

 

Formas concretas de los movimientos prepolíticos

 

Las numerosas formas concretas que adoptaron estos movimientos del campesinado, que se registran en la literatura histórica y narrativa, especialmente, pueden ser agrupadas en las siguientes categorías principales:

Movimientos mesiánicos.

2. Bandolerismo social.

3. Movimientos racistas.

4. Movimientos agraristas tradicionales o incipientes.

Por movimientos mesiánicos se entiende aquí aquellos que persiguen una modificación de las relaciones entre el hombre y la divinidad o lo sagrado en general, que se guían, por lo mismo, según modelos religiosos de percepción de la realidad social, se expresan en símbolos religiosos, aparejan una conducta externamente mística, se organizan en forma de secta o de iglesia aunque de manera poco estructurada, y legitiman su liderazgo por la santificación o la divinización. El bandolerismo social, en cambio, persigue predominantemente finalidades punitivas.

A pesar de tener un claro sentido de protesta social por la injusticia de los poderosos, no llega a tener una “ideología” amplia, salvo la primaria de rebelión contra el abuso y la opresión exacerbada. Excepcionalmente llega a tener formas rudimentarias de organización para pequeños grupos, y su método de acción es la violencia física abierta, por medio de acciones individuales o de pequeños grupos. Su liderazgo se legitima, por lo tanto, por la capacidad de cumplir con éxito esta clase de acciones en un grado mayor que los demás. No se propone, pues, la modificación del orden de cosas sino en una escala individual. Se diferencia de las formas comunes de bandolerismo, porque su acción va dirigida predominantemente contra los poderosos, se apoya en la adhesión de la masa campesina, y las acciones punitivas tienen el sentido de la defensa de los campesinos 4.

Los movimientos racistas se definen como movimientos de rebelión contra la dominación de grupos de origen étnico diferente. La finalidad perseguida supone, por eso, no un cambio de la naturaleza de la relación social (la dominación), sino la eliminación de un grupo determinado de dominadores, no en tanto que dominadores sino en tanto que dominadores de un grupo étnico distinto. Más que en ninguno de los otros movimientos campesinos, la estructura organizativa y de liderazgo se rige por los patrones que comandan la estructura tradicional del parentesco y de la “casta”. Finalmente, los movimientos agraristas tradicionales o incipientes se caracterizan por perseguir finalidades de reforma social, pero circunscritas a aspectos muy limitados y no fundamentales. No se propone un cambio de la situación social del campesinado, sino su mejoramiento en ciertos aspectos superficiales, cuya condición concreta puede variar en cada caso concreto.

Entre estos movimientos aparecen en forma rudimentaria elementos de conciencia social que permiten distinguir -aún en su forma primaria- la naturaleza real de los factores en juego, pero estos elementos no llegan a ser predominantes, no son consistentes con los demás elementos de la conciencia social, que en su contexto se guía por modelos feudales de interpretación de la situación.

El bandolerismo social, no obstante su carencia de un modelo organizado de percepción de la realidad social, su inorganicidad y su aislamiento, contiene ya un germen de abandono de las ideologías feudal-religiosas. En un nivel totalmente primario, supone un comienzo de secularización de la acción social. El bandolerismo latinoamericano del campesinado ha estado siempre enderezado contra la dominación y el abuso de los terratenientes, y eso podría mostrar un incipiente proceso de identificación del enemigo social más importante.

Con el agrarismo tradicional o incipiente, las luchas campesinas han sobrepasado de manera significativa el nivel de los movimientos anteriores en lo que se refiere al desarrollo de una conciencia social realista. Colocada en un contexto global enteramente tradicional, esta forma no podía desarrollarse, salvo circunstancias excepcionales, en la vida política nacional. Sin embargo, es a partir de esta forma que se desarrollan los movimientos agraristas modernos.

Las formas prepolíticas de la movilización campesina parecen haber sido las predominantes en América Latina, hasta aproximadamente los años 30 de este siglo, época en que se inicia el desarrollo de un nuevo tipo de conciencia social entre los campesinos y, en consecuencia, nuevas formas de movilización5.

 

La politización de los movimientos campesinos

A partir de los años 30 de este siglo, las movilizaciones campesinas en Latinoamérica difieren notablemente de las anteriores, respecto de cada uno de los criterios analíticos propuestos. La configuración resultante permite señalar la politización como la tendencia dominante.

La noción de “politización” se usa aquí para caracterizar la tendencia de todo movimiento social cuyos objetivos manifiestos, modelos ideológicos, sistemas de organización y liderazgo y métodos de acción están enderezados a la modificación parcial o total de los aspectos básicos de la estructura de poder social en la cual emergen, por la modificación de los factores económicos, sociales y políticos fundamentales que están implicados en la situación. Desde este punto de vista, no hay mucho margen para dudar de que la tendencia principal que se ha venido desarrollando entre los movimientos campesinos a partir de los años 30, es la politización.

 

Formas predominantes de la politización de los movimientos campesinos

La información disponible, por el momento, permite agrupar a los movimientos campesinos de este período en tres tipos principales:

Agrarismo reformista.

2. Bandolerismo político

3. Agrarismo revolucionario. Esta clasificación, desafortunadamente, ha sido elaborada contando con material empírico que no es, sino en muy pequeña parte, el resultado de investigaciones sistemáticas con propósitos comparativos y, por lo mismo, se ofrece aquí con finalidades principalmente heurísticas.

El agrarismo reformista.

Es, probablemente, la tendencia más ampliamente generalizada entre el campesinado que toma parte en las movilizaciones campesinas, a partir de los años 30.

Bajo esta denominación se incluye a todos los movimientos campesinos de Latinoamérica que se proponen, como objetivo de mayor alcance, la modificación de algunos aspectos parciales de la situación social en que participa el campesinado y la eliminación de algunos de los efectos más opresivos de la estructura de poder imperante en la subsociedad campesina, sin poner en cuestión la naturaleza más profunda del sistema de dominación social. En diferentes momentos y en diferentes países, esta tendencia se ha desarrollado siguiendo dos variantes principales. La primera, probablemente anterior en el proceso de desarrollo de la tendencia, consistía en la movilización del campesinado con la finalidad específica de modificar algunos aspectos, muy negativos para los trabajadores campesinos, de las relaciones de trabajo. La forma organizativa característica de esta variante fue tomada de la organización de los trabajadores urbanos: el sindicato. Congruentemente, el método de acción predominante es la huelga.

Esta parece haber sido la variante más extendida del agrarismo reformista hasta antes de los años 50. Sus principales manifestaciones se registraron en Venezuela, Bolivia, Perú y, en forma algo menos desarrollada, en Chile, Colombia, Brasil y los países centroamericanos, particularmente El Salvador y Guatemala6. Notablemente en su generalidad, estos movimientos campesinos se desarrollaron por la sistemática acción agitadora de los partidos políticos reformistas que se desarrollaron en la misma época, y debido a eso, fundamentalmente, se convirtieron posteriormente en efectivos sostenes políticos de la acción de estos partidos. Los casos más notables, sin duda, son los del Perú y Venezuela, donde partidos políticos reformistas de similares características, como el Apra y Acción Democrática, llevaron a cabo lo sustancial del trabajo de agitación y de orientación de la sindicalización campesina y, posteriormente, obtuvieron el apoyo político constante de las organizaciones campesinas que contribuyeron a desarrollar.

La segunda variante del agrarismo reformista, aunque en algunos países se produjo ya coetáneamente con la anterior, parece ser más característica de los años recientes. Es decir, ya no se presenta como un elemento relativamente aislado entre los elementos de la variante anterior, y pasa a ser la tendencia más pronunciada del agrarismo reformista actual y, por lo tanto, parece ser la tendencia más generalizada en los movimientos campesinos de hoy. Consiste esta variante en una ampliación de los alcances de los objetivos anteriores y en una profundización de la naturaleza de los cambios implicados en esos objetivos. En la nueva situación, el campesinado ya no se contiene en la consecución de mejoramientos en el régimen de trabajo, el alza de salarios y otros beneficios sociales que levanten el nivel general de la vida del trabajador campesino; mucho más característicamente se propone la modificación de los sistemas de tenencia de la tierra, aunque, en la mayoría de los casos, los otros aspectos fundamentales de la estructura más profunda de poder en la subsociedad campesina no son puestos en cuestión. Estrictamente, ésta es la manifestación más característica del agrarismo reformista contemporáneo. Este es el caso característico de las “comunidades indígenas” en el Perú7, de las “ligas camponesas” en el Brasil8 o de los sindicatos campesinos emergidos en el movimiento campesino peruano, a partir de los acontecimientos del Valle de la Convención en el Cuzco9.

Mientras que en la variante anterior las capas sociales del campesinado que participaban se reclutaban principal o casi exclusivamente del proletariado rural, en la nueva variante las capas participantes son mucho más heterogéneas y provienen de la práctica totalidad de los sectores sociales que forman la población rural latinoamericana, incluyendo grupos que tienen actividades y roles no-agrícolas, como pequeños comerciantes, artesanos, estudiantes, etcétera. En sus niveles más desarrollados, esta variante tiende a confundirse con la tendencia revolucionaria de los movimientos campesinos, no solamente porque sus métodos de acción, su tipo de organización y sus finalidades de cambio pueden eventualmente conducirla a eso, sino, especialmente, porque comienza a participar en un modelo ideológico totalizador para interpretar la situación social del campesino. Este tipo de agrarismo reformista ha sido, y todavía es, el característico de la mayor parte de las movilizaciones campesinas recientes, en el Brasil, en el Perú, y de manera todavía incipiente y ambigua, en Chile en el curso de los dos últimos años.

El agrarismo revolucionario. El agrarismo revolucionario es, según todos los indicios, una tendencia relativamente última en el desarrollo de los movimientos campesinos, que, en la mayor parte de los casos, no se diferencia aún con toda nitidez del agrarismo reformista más radical, y se presenta más bien como una profundización y una ampliación de la naturaleza y de los alcances de los cambios implicados en las finalidades de la movilización campesina. En lo fundamental, esta tendencia puede ser caracterizada por los siguientes elementos.

Los propósitos y objetivos perseguidos ya no se limitan a la modificación de las formas de la tenencia de la tierra que caracterizan al agrarismo reformista de la variante más radical, sino que se amplían hasta la modificación sustantiva de la entera estructura de poder imperante en la subsociedad campesina. No es solamente la redistribución de la propiedad de la tierra lo que se persigue, sino la redistribución de la autoridad y del prestigio social.

2. Ello implica que la concepción del problema de la situación del campesinado, el modelo de interpretación de la situación social, incorpora la totalidad de los factores económicos, sociales y políticos fundamentales, como responsables de la situación campesina.

3. Los métodos de organización y de liderazgo tienden a ser sui generis, arreglados a las necesidades de la acción en un contexto social y político concreto, o una reinterpretación de los modelos organizativos tradicionales.

4. Los métodos de acción son en todos los casos directos e ilegales. Incluyen la toma de la tierra y la eliminación social o física de los terratenientes, la sustitución del aparato político local o el levantamiento de un poder paralelo y, finalmente, la acción armada de defensa o de represalia contra la reacción terrateniente o estatal. Esta tendencia parece haber aparecido aisladamente al mismo tiempo que el desarrollo del agrarismo reformista tradicional, en algunos países. En Colombia el experimento de las “Repúblicas Rojas”, de las cuales Viotá es el caso más significativo, puede ser incluido en esta categoría, a pesar de su posterior rutinarización y degeneración. Lo mismo, según algunos autores, parece haber ocurrido en la misma época en El Salvador, aunque los datos acerca de este caso no son suficientemente precisos10.

Sin embargo, es en los años recientes cuando esta tendencia aparece de manera más caracterizada y en mayor grado de generalización. El caso más desarrollado es el del movimiento sindical y miliciano del campesinado boliviano después de la revolución de 1952, en un contexto político largamente favorable a su desarrollo y, sobre todo al comienzo, en dependencia del partido político que asumió el poder con la revolución11.

En situaciones diferentes, los casos más notables son los del movimiento campesino de los valles de la Convención y de Lares, en el Cuzco, Perú, durante la época del liderazgo de Hugo Blanco, las actuales “repúblicas rojas” de Colombia, como desarrollo y modificación del bandolerismo político campesino en ese país. De manera menos clara y diferenciada, los alcances mayores de las acciones de las “ligas camponesas” brasileñas podrían también incluirse, aunque en nivel inferior e incipiente, en esta tendencia11.

El bandolerismo político. Hasta el momento, la única tendencia caracterizable bajo esta denominación ha aparecido en un solo país, Colombia, a partir de 1948. La lucha armada en el campo colombiano no aparece por primera vez en esa fecha. Es un fenómeno de muy larga trayectoria. En ese país existieron, mucho antes, guerrillas campesinas conducidas principalmente por el Partido Liberal, y en algunos sectores por el Partido Comunista. Pero es solamente a partir de aquel año cuando sucesos políticos bien conocidos llevaron la lucha armada en el campo a un nivel de violencia inigualado antes.

El estudio de este movimiento tropieza con una dificultad muy importante. Una prolongada y sistemática propaganda oficial ha logrado fijar en la percepción general de dentro y de fuera del país, la idea de que el carácter único de la rebeldía campesina colombiana es el bandolerismo despojado de todo propósito social o político, y cuya única finalidad es la violencia por la violencia misma. Aún los estudios llevados a cabo por hombres de ciencias sociales han perseguido principalmente información sobre las formas, el grado y el costo de la violencia, la determinación de las responsabilidades originales sobre su desencadenamiento, con un afán más bien ético.

Es muy interesante que el término mismo usado por la propaganda oficial y los analistas colombianos para denominar la lucha campesina, es el de “violencia” sin más calificativos. Término equívoco e intencionado, que sólo resalta uno de los elementos del problema, escamotea el contenido y las implicaciones sociales y políticas de la lucha, que rezuma un vago efluvio metafísico y que retrata mucho de la condición tradicional de la conciencia social dominante. Sin embargo, existen algunos indicios que obligan a desconfiar de la veracidad de esta única caracterización de la conducta campesina colombiana. De una parte, ya mucho antes, junto a las guerrillas liberales que reclutaban al campesinado en la lucha contra las sectores más reaccionarios de la clase terrateniente colombiana, se habían producido intentos aislados de elevar el contenido social y político de la lucha campesina, independizarla políticamente de la influencia del liberalismo terrateniente y de la hegemonía de modelos feudal-religiosos de interpretación de la situación social del campesinado. Los elementos de agrarismo revolucionario que se desarrollaron de esa manera culminaron con efímero éxito en la organización de las “repúblicas rojas”, de las cuales el caso más destacado es el de Viotá.

La fase posterior a 1948 ha sido explicada por la generalidad de sus estudiosos como originada en las rivalidades políticas de los dos partidos tradicionales de Colombia, y, por lo tanto, toda su primera época debe ser correctamente caracterizada como una guerra civil entre conservadores y liberales, en la cual el contingente de población campesina colocado en ambos bandos participaba al margen de sus propios intereses, puesto que las direcciones políticas de ambos bandos correspondían a dos fracciones de la misma clase dominante, enemiga en su conjunto de los intereses del grueso de la población campesina13. Posteriormente, sin embargo, la participación campesina en la lucha sobrepasa las finalidades perseguidas por las direcciones políticas enfrentadas en la guerra civil hasta alcanzar a afectar los propios intereses de la clase terrateniente como tal, al margen de sus ocasionales rivalidades políticas. El nivel de violencia de la lucha termina afectando por igual a los terratenientes de ambos bandos, de manera que es la estructura misma de poder social en el campo que se ve amenazada, independientemente de si el campesinado reclutado en cualquiera de los bandos se diera cuenta o no, o persiguiera o no consciente o intuitivamente esta finalidad.

A partir de entonces, es el ejército colombiano que se hace cargo de la situación, en su gran parte. El carácter de la guerra civil se modifica en forma notable, aunque no aún radicalmente. En adelante, la guerra civil se lleva a cabo cada vez más entre las bandas campesinas armadas, de ambos bandos políticos por igual, contra la represalia del ejército. Es en este momento que comienza un nuevo proceso, lento e irregular. El campesinado militante de ambos bandos se encuentra cada vez más empujado a una necesidad común: la defensa contra el enemigo común, el ejército. No desaparece, no obstante, la rivalidad política entre los campesinos sino de manera gradual e incoherente, a medida que las circunstancias de la lucha contra el ejército y su sistema increíblemente cruel de represalia obligan a los campesinos de ambos bandos a reconocer una situación común y un interés común de defensa.

Al presente, este nuevo nivel del proceso parece ser ya el predominante. Las bandas armadas de campesinos o se van disolviendo o se van convirtiendo en bandas guerrilleras con finalidades político-sociales bien definidas, que sobrepasan ya el marco de la subsociedad campesina colombiana: la transformación radical del orden social nacional, comenzando por su sector rural. De este modo, el proceso de la participación campesina en la “violencia” colombiana parece haber atravesado tres momentos principales:

Participación dependiente, al margen de sus intereses sociales y en servicio de intereses enemigos.

2. Bandolerismo político-social, en defensa contra la represalia militar y terrateniente, con progresivo abandono de la dependencia política tradicional.

3. Guerrillerismo revolucionario, en defensa de sus propios intereses y en conexión con movimientos político- ideológicos revolucionarios14.

La caracterización procedente no implica tampoco negar que, en efecto, uno de los rasgos más difundidos de la movilización campesina en Colombia, sea el bandolerismo puro y simple, la violencia por la violencia misma. No hay ninguna razón para liberar a los terratenientes colombianos, o a los miembros de las tropas punitivas del ejército colombiano, de la misma acusación de bandolerismo, si es que por tal se entiende -como parece, en la propaganda oficial la participación en actos de violencia de extrema perversión. La crueldad y la perversidad no son, de ninguna manera, patrimonio de los rebeldes campesinos, y parece mucho más que en el segundo caso, que la exacerbación de la violencia es la respuesta a la violencia represiva del ejército y de los terratenientes, y, en todo caso, resultado de la condición básica de la situación social tradicional del campesinado colombiano.

 

Patrones generales de formación y desarrollo de los movimientos campesinos actuales

A pesar de que para cada forma concreta de la movilización campesina actual en Latinoamérica existen formas y patrones privativos de emergencia y desarrollo, es posible abstraer algunos patrones generales a todos ellos. Parece, en primer término, que se puede establecer tres fases principales en el proceso de desarrollo de estos movimientos:

1. La agitación y la dependencia urbana.

2. La generalización y la relativa autonomización de lo urbano.

3. La coordinación y la centralización de las organizaciones.

La agitación urbana: Mientras que la práctica totalidad de las movilizaciones campesinas tradicionales fue el resultado de la propia iniciativa y la acción campesina en todo momento, los movimientos modernos de este siglo se originan por la acción de agentes urbanos o urbanizados, de agitación y de organización.

La generalización y la autonomización relativa: La segunda fase en el desarrollo de los movimientos campesinos se caracteriza por la extensión geográfica y social de la participación de la población campesina en la movilización y el desarrollo de una esfera relativamente autónoma de iniciativa y de acción campesina, y, consecuentemente, la emergencia de un liderazgo, en gran parte independiente, de afiliación y de vinculación político -partidaria.

La coordinación y la centralización de las organizaciones: De hecho, los intentos de coordinación y de centralización están presentes desde los primeros momentos de la emergencia de la movilización campesina. Sin embargo, la plena actuación de la tendencia se manifiesta realmente sólo a partir de la fase de generalización del movimiento. Como resultado de esta tendencia a la coordinación y a la centralización de las organizaciones campesinas, han surgido en los países donde existen movimientos de muy alto desarrollo, como Colombia, Bolivia, Brasil y el Perú, diversas formas organizativas de centralización: federaciones sindicales, federaciones de comunidades campesinas, consejos de “ligas camponesas”, comandos milicianos y comandos guerrilleros.

De esta manera, la antes atomizada y dispersa masa

campesina de nuestras sociedades ha ingresado plenamente

en una época de cohesión organizada, es capaz de mantener

una activa red de organizaciones locales que se coordinan y

se centralizan en una estructura nacional o regionalmente

jerarquizada, y hace su ingreso en la participación diferenciada

en el cuadro de conflictos sociales latinoamericanos.

Así, la organicidad, la modernización de las organiza - ciones y de las formas de lucha, la generalización a es - cala nacional, la coordinación y la centralización, su carácter no-espontáneo, la ruptura creciente con ideo - logías de tipo feudal-religioso, la politización crecien - te de sus niveles más desarrollados y la institucionali - zación de una nueva estructura de poder que compite con la estructura tradicional de poder en el campo, pueden ser destacados como los elementos y patrones dominantes de los movimientos campesinos contempo - ráneos en Latinoamérica.

 

El significado sociológico de la movilización campesina contemporánea

La movilización campesina contemporánea no ocurre de manera difusa, dispersa e inorgánica, como era el caso de las esporádicas revueltas locales contra los terratenientes o las autoridades locales, en que una masa desorganizada se enfrentaba en la lucha. Ahora se asiste a la proliferación de diversas formas organizativas, cuya más importante característica es la tendencia a la modernización y a la estructuración más formalizada.

Esta emergencia del campesinado como un sector específico de intereses sociales, diferenciado y organizado, dentro del conjunto de sectores diferenciados de interés en las sociedades latinoamericanas, implica un problema de gran interés en la teoría sociológica. Bajo las presentes condiciones de las sociedades nacionales latinoamericanas donde se desarrolla este proceso, no parece correcto pensar en la posibilidad de emergencia de estamentos o castas, ni sería apropiado considerar como un grupo de status el conjunto de la población campesina, con su diversa composición socioeconómica, cultural, étnica, que participa en el proceso.

Desde este punto de vista, el marco de referencia más apropiado para dar cuenta de la significación sociológica de este proceso es la teoría de las clases sociales y de la lucha de clases, derivada de Marx.

Con arreglo a este enfoque, puede decirse que el actual proceso que atraviesa el campesinado de algunos de los países latinoamericanos consiste en un proceso de “clasificación” del campesinado, esto es, su diferenciación y organización como clase social entre las demás. En términos de Marx, este proceso consiste en el pasaje de las poblaciones campesinas de una situación de clase en sí a una clase para sí. Los elementos característicos de este pasaje son la diferenciación y la organización de intereses, o, en otros términos, el desarrollo de una conciencia social de grupo, fundada en modelos de interpretación de la realidad social sobre la base de factores efectivos que controlan la situación, y la generación de una estructura organizada de expresión y de instrumentación de los intereses sociales del grupo en la sociedad.

La verificación de esta tendencia sobrepasa en interés y significación las finalidades concretas de análisis de los movimientos campesinos. Sus implicaciones de mayor alcance recaen sobre la teoría misma de las clases sociales y sobre la teoría del cambio social vinculada a ella.

De una parte, es bien sabido que para el propio Marx 15 no eran claras las posibilidades del campesinado, de desarrollarse hasta el nivel de una clase social, teniendo en cuenta su forma de producción o su forma de participación en el proceso de producci...

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