Dispositivos técnicos y técnica estrafalaria. (Raquel Macciuci, 2008).pdf
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Dispositivos técnicos y técnica estrafalaria.
Los arte-factos del mundo Azcona
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Raquel Macciuci
Universidad Nacional de La Plata
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria
raqma@speedy.com.ar
Resumen
Las historias escritas o filmadas creadas por Rafael Azcona están sembradas de una serie de
innumerables dispositivos técnicos –artesanales o industriales– de extraña factura que adquieren
relevancia propia debido a su función en la creación de los ambientes o en la composición de los
personajes. Su recurrencia y analogía, dentro de la variación, a lo largo de la fecunda producción del
guionista riojano permite hablar de una poética de los objetos de la que a su vez, se desprende una
reflexión aguda y desprejuiciada de las relaciones entre el arte, la técnica y la artesanía en el mundo
ultratecnológico del último medio siglo.
Palabras clave: Ortega y Gasset Simondon cine arte técnica
Enseres, objetos y vehículos firmados
2
Hay un "universo Azcona", una peculiar construcción de mundo que identifica su obra
narrativa y las películas basadas en sus guiones. Tras su discreta labor, presente tras la firma
de directores muy diversos, emergen motivos conductores que atraviesan el tiempo e incluso
constituyen una herencia en la que beben las nuevas generaciones del séptimo arte. Una de
las señas de identidad del cine de cuño azcontiano radica en la peculiar presencia de
llamativos objetos de extraña factura, susceptibles de ser inscriptos en la estética del grotesco
sin dejar de ser por ello dispositivos técnicos que coexisten con distintos aparatos más
sofisticados de la modernidad tecnológica.
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Unos y otros abandonan el adocenamiento de los
Este trabajo se inscribe en el proyecto “Memoria histórica y representación del pasado reciente en la
narrativa española contemporánea” bajo mi dirección y acreditado ante el Programa de Incentivos a la
investigación y ante la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (FONCyT).
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Agradezco a Facundo Tomás sus libros y conversaciones sobre las relaciones entre el arte, la técnica y
la industria; y a Wolfram Nitsch el marco conceptual que brindó en su seminario “Literatura y medios:
contactos con el teatro, el cine, la fotografía y la música”, dictado enUniversidad Nacional de La Plata en
septiembre de 2006.
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Prefiero el concepto dispositivo y no objeto porque hace alusión no solo a la base material sino también
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productos industriales y se cargan de un significado en línea con la historia narrada.
Materializados en flamantes teléfonos, costosos automóviles, novedosos televisores,
ordenadores, trituradoras de papel (inolvidable la de Adiós con el corazón por formar parte,
junto con una rata enjaulada, de los utensilios básicos de un empresario mafioso). Los
numerosos objetos, difíciles de abarcar y describir, lejos de ser elementos decorativos o
secundarios, son fundamentales para la construcción de una atmósfera y la composición de los
personajes, sean estos individuales o colectivos. Su presencia, características y continuidad en
el cine azcontiano autorizan a hablar de una poética de los objetos.
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En 1999 Rafael Azcona tituló Estrafalario/1 el volumen que reunía 3 de los relatos
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–
nouvelles
sería el término más exacto– más significados de su primera época, pre o circa
cinematográfica. La barra seguida del número uno anunciaba una continuidad que luego no
tuvo lugar (aunque se reeditaron otras ficciones del mismo período, no se integraron en la
frustrada serie).
Sin embargo, ‘Estrafalario’, el encabezamiento elegido por Azcona después de una
larga y fecunda trayectoria, no parece ser fruto de una inspiración repentina, por el contrario, se
expande por sobre toda su obra e ilumina su personal universo narrativo.
‘Estrafalario’ proyecta más de un sentido sobre el conjunto de las narraciones com
piladas. Según el diccionario de la RAE, significa en primer lugar, ‘desaliñado en el vestido o
en el porte’; también ‘extravagante en el modo de pensar o en las acciones’. Si bien el título
del libro parece hacer referencia a los rasgos y actitudes de los personajes, porque sin duda
son estrafalarios, desaliñados y realizan acciones desusadas y sorprendentes las criaturas
azcontianas, el singular –estrafalario y no estrafalarios– añade la acepción de ‘repertorio’,
‘colección’, insertando el término en el paradigma de ‘bestiario’, ‘muestrario’. ‘Estrafalario’
además pertenece al campo semántico de ‘estrambótico’, ‘ridículo’, ‘grotesco’, ‘esperpento’
(los sinónimos que arroja la utilísima herramienta del Word es bien ilustrativa: la entrada pro
porciona alrededor de 20 términos del orden de lo esperpéntico e irrisorio). Si se unen los
tres sentidos más evidentes: ‘seres desaliñados y de conductas inusuales’, más ‘colección’,
a una serie de funciones y cometidos en un campo atravesado por las fuerzas y tensiones del poder,
según la noción básica apuntada por Foucault. Añado el adjetivo especificativo porque se ha puesto el
foco en aquellos dispositivos que son consecuencia de actos técnicos, en el sentido orteguiano. En
síntesis, el trabajo se centra en lo objetos tangibles, que resultan de una manufacturación destinada a
darles una función instrumental. No obstante, cabe consignarse que el cine de Azcona ofrece una
materia muy rica para analizar la operatoria de los dispositivos en el sentido de redes de influencia o
control que influyen en la conducta de los seres vivientes.
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Y constituye una hipótesis de metodológica para discernir el continuum del sello del guionista de las
diferentes marcas y estilos de los directores con quienes ha trabajado.
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“Los muertos no se tocan, nene”, “El pisito”, “El cochecito”.
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más ‘esperpento’, se observa que Azcona se sitúa en el camino de la fecunda tradición satí
rica española, revitalizando prácticas que según han señalado distintos especialistas, lo co
nectan con Quevedo, Valle Inclán, Arniches.
Constituye una clave de lectura más puntual el recuerdo del Don Estrafalario de
Los cuernos de don Friolera, portavoz, en esta obra, de la poética esperpéntica en estampa
y palabra: su figura, la heterodoxia y la posición estética que declara dialogan sin dificultad
con las criaturas de Azcona. Recordemos: Don Estrafalario es “un espectro con antiparras y
barbas”, “clérigo hereje que colgó los hábitos en Oñate” (Valle Inclán, 1986: 66).
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Recogiendo la red de asociaciones (‘desaliño’, ‘esperpento’ ‘bestiario’) que rodea al
término, se observa que Estrafalario /1 desde el título guía al lector hacia una estética, el
grotesco, y hacia una genealogía literaria, la de las colecciones de rarezas.
La suma de anormalidades no se detienen en el rasgo, + humano. Los personajes,
los relatos y las películas de Azcona quedarían mutilados –el término que he elegido no es
en absoluto casual, como se verá– si se desvinculan del abigarrado repertorio de objetos ex
traños y desopilantes que nunca faltan en su mundo ficcional. Algunos de estos objetos se
vuelven protagonistas, casi a la altura de los personajes principales, como sucede en El co
checito, ejemplo sin duda paradigmático. Como se recordará, la historia gira alrededor de
una silla de ruedas con motor que provoca el deseo de un anciano que quiere integrarse al
mundo de sus amigos lisiados a pesar de no ser él mismo un impedido. El motivo del inca
pacitado, con silla de ruedas al fondo reaparece años después en El jardín de las delicias.
Pero también son actantes principales el tenebroso maletín que atraviesa la acción
de El verdugo, la muñeca sintética de Tamaño natural, el medio de transporte de fabricación
austrohúngara en Se vende un tranvía. Los objetos desopilantes pueblan las películas az
contianas y les dan un sello inconfundible, mas evidente en los films de guión original que en
las adaptaciones, aunque aún en estas no faltan. Algunos son tan característicos que podrí
an conforman subespecies, como los sanitarios y adminículos destinados a la deyección y lo
bajo corporal: orinales, mingitorios, excusados, inodoros (o wáteres). La historia de Plácido
comienza en un retrete público (“quiosco evacuatorio”), y hasta existe una película, El ana
El rastreo del las manifestaciones estéticas de este personaje valleinclanesco arrojaría notables
confluencias con el arte azcontiano, pero también importantes divergencias. No es posible realizarlo en
este breve espacio, pero vale la pena transcribir algunos manifiestos programáticos del autor de las
“sonatas” puestos en boca de Manolito y Don Estrafalario que podrían pertenecer al escritor riojano:
“Reservamos nuestras burlas para aquello que nos es semejante”, “La risa y las lágrimas son los
caminos de Dios. Esa es mi estética y la de usted”; “Todo nuestro arte nace de saber que un día
pasaremos. Ese saber iguala a los hombres mucho más que la Revolución Francesa”; “¿No le parece a
usted ridícula esa literatura, jactanciosa como si hubiese pasado bajo los bigotes del Kaiser?”. (Valle
Inclán, 1986: 68,69 173)
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coreta, que transcurre en un cuarto de baño; todo alimenta un registro carnavalesco que
aborda lo escatológico, rompe tabús y recuerdan el fondo animal de la naturaleza humana.
Otra subespecie de notoria gravitación es la constituida por artefactos relacionados
con las pompas fúnebres –la muerte y el boato que la rodea son motivos muy recurrentes en
sus primeros trabajos. Emparentada con los transportes funerarios se inscribe la colección
especialmente nutrida de vehículos, ostentosos o estrambóticos, en que se desplazan los
personajes, prolongación de sus regaladas o sufridas existencias. Es en este sentido emble
mático, como bien lo ha señalado Ríos Carratalá (1997), el motocarro, entre automóvil y mo
tocicleta, que conduce Plácido en la película que lleva su nombre
7
. Un vehículo también in
determinado utiliza en El pisito el señor Esparragal, dueño de Higalmendra, la golosina indi
gerible que produce su pequeña industria de pomposo nombre. En ¡Ay, Carmela!, el camión
de los cómicos es una suerte de carromato, vivienda, camerino que lleva a los protagonistas
a la perdición pero también sirve de salvoconducto a Paulino y Gustavete. Muchos años
después, el bienestar español del siglo XXI le permite convertir los ciclomotores en una fun
cional camioneta, con aspiraciones de casa rodante en Franky Banderas.
Algunos de estos objetos son aparentemente intrascendentes y no muestran una
intervención evidente de la mano del hombre, pero el escritor riojano logra darles una dimen
sión desmesurada, aurática o grotesca, mediante la intensificación, ya por vía de la hipérbo
le, ya de la reiteración o del extrañamiento: piénsese el artilugio contra el asma que utiliza
Moncho en La lengua de las mariposas, el mismo que acompaña a Quintanilla, el neurótico
jefe de ceremonias que encarna José Luis López Vázquez en Plácido; o el clarín, de eviden
te sentido fálico, con que Fernando seduce a las hijas de Manolo en Belle Époque y el mi
croscopio que cumple la misma función en El año de las luces. El cine de Azcona no sería el
mismo sin los artefactos que acompañan como prótesis a sus criaturas.
Artefactos, dispositivos, técnica, prótesis: a menudo no se sabe dónde comienza lo
humano y se inicia el artificio, o el artilugio: en La prima Angélica, el yeso (escayola) del tío
de Luisito y hombre del régimen parece funcionar de forma autónoma para realizar el saludo
fascista; en ocasiones, el dispositivo funciona como un talismán con cualidades mágicas,
como el Peppermint Frappé que condensa el proceso de transmutación de la mujer propia
en el objeto de deseo ajeno y da nombre a la película.
Es sabido que la censura prohibió el primer título propuesto por los autores Siente un pobre en su
mesa.
El “transportín” de Plácido es descripto en la primera indicación en la columna reservada para
imagen y acción (se trata de una edición que reproduce la versión original): “… se descubre que la
estrella va instalada sobre la cabina de un motocarro, precediéndolo, como si fuera guiándolo. El
motocarro tiene instalados además otros elementos: un par de altavoces a ambos lados del a cabina, y
una plataforma con una mesa camilla sobre la caja”. (Azcona, Berlanga et al,1994:1)
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Las máquinas en el banquillo
Los dispositivos técnicos no han gozado de los parabienes de la cultura humanística:
desde su acelerado crecimiento después de la revolución tecnológica el hombre les han ad
judicado el lugar de la sospecha, de la amenaza. Dice Gilbert Simondon (1997) en su libro
recientemente traducido, que los objetos fruto de la tecnología han sido colocados en dos
polos opuestos, igualmente distorsionados: en el lugar del utensilio al servicio del amo –el
hombre– o en el del robot autosuficiente que concluirá por someter bajo su control ilimitado
al sujeto hacedor e inventor; “…el hombre se siente dueño, acompañante o esclavo de las
máquinas sin poder comprender la ontología misma de ellas” (Rodríguez, 2008b: 18).
Los intentos de abrir caminos para un pensamiento que lleve a una concepción más
armónica de la relación del hombre con las ciencias aplicadas suelen tener como un punto
de referencia la Meditación de la técnica de Ortega y Gasset. Según el filósofo español, la
técnica surge cuando el hombre primitivo descubre que proporcionarse estados placenteros
tiene tanta importancia como sobrevivir enfrentándose a la naturaleza. La técnica queda
asociada al concepto de necesidad humana, que abarca indiferentemente “lo objetivamente
necesario y lo superfluo, al estar y al bienestar, al estar en el mundo, pero estar bien” (1939:
73 y ss.). De ser posible, las necesidades quedan anuladas porque su satisfacción deja de
ser un problema. Se forma así una segunda naturaleza, una sobrenaturaleza de la que ya
no es posible prescindir.
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El largo proceso de la relación del hombre con la técnica desde los orígenes hasta
hoy constituye un muestrario de los esfuerzos por construir esa segunda naturaleza que ex
tienda los límites de sus capacidades originarias para volar, atravesar ríos, hablar a la dis
tancia
9
. En el último estadio de este trayecto, denominada por Ortega “del hombre técnico”,
se ha tomado conciencia de la potencialidad ilimitada de la técnica, la cual quedó en manos
de los especialistas, emblematizads por el ingeniero. El riesgo de la separación en un área
específica es provocar una obnubilación de la conciencia y naturalizar la presencia de un nú
mero incalculable de objetos creados para satisfacer las necesidades de los seres vivientes.
“Es, pues, la técnica, la reacción enérgica contra la naturaleza o circunstancia que lleva a crear entre
ésta y el hombre una nueva naturaleza puesta sobre aquélla, una sobrenaturelaza”. (Ortega y Gasset,
1939: 68)
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La idea de objetos técnicos como prótesis o extensión del cuerpo alcanzó una amplia difusión a través
de las tesis de McLuhan (1996).
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El paraíso ibizenco y Rafael Azcona (Juan A. Ríos Carratalá, 2008).pdf
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Antes que el guión. Sobre Estrafalario 1 de Rafael Azcona (Raquel Macciuci, 2001).pdf
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El último guión de Rafael Azcona (Juan Antonio Ríos Carratalá, 2008).pdf
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Dispositivos técnicos y técnica estrafalaria. (Raquel Macciuci, 2008).pdf
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Entrevista (Laura Tenorio, 2006).pdf
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Revista de estudios históricos sobre la imagen - Filmoteca de la Generalitat Valenciana
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